Toro, Valle del Cauca
Escritos, Crónicas o Poesía

Una Muestra del Talento con las Letras de Nuestros Toresanos

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RECORDANDO A DON GERARDO CASTRO


Existen personajes de pueblo que están; pero es como si no estuvieran, otros que ya no están, pero siguen estando. Don Gerardo Castro, foto agüita, como cariñosamente apodé, sigue entre nosotros. Ni los feos escapamos a su lente mágica. Retrató a los de antes de los años cincuenta, a los de luego como yo, y le alcanzó el rollo para muchos “mileniun”. Tuve la fortuna de ser su amigo; los Castro Luna, eran de las pocas familias de Toro, propietarios de un televisor. Los sábados por la noche, me concedía el honor de sentarme a su lado, y juntos disfrutar de: “viaje a las estrellas” y “Los invasores”, en el “Toshiba” de 24 pulgadas.
Casa de atractiva amplitud, la de los Castro Luna: patio como para construir otra vivienda, un largo corredor con piso en baldosa, de esa que resiste pisadas de elefante, columnas de madera, y techo en teja de barro, la sala acorde con sus dimensiones. Al cabo de cruzar el visitante el portón, en un sólo golpe de vista, extasiarse apreciando: los peces multicolores formando espirales, mirándonos de reojo, dándonos la bienvenida, dentro del famoso acuario de la dulce morada de don Gerardo, el fotógrafo. Aun lado del centro de la casa, parte izquierda entrando: su laboratorio, con su respectivo biombo, y las telas de fondo de color azul y blanco, para retratarte de medio o cuerpo entero, según la necesidad.
Retratar a los muertos, muy común en algún momento de la historia; con mi abuela Ana Jesús, no fueron proclives a este embeleco masoquista, propio de quienes, al abrir el álbum familiar, torturase, y después de continuos balbuceos, romper en llanto. Mis tíos y tías paternos, tomaron como un ritual esta práctica. Muchos rollos fotográficos de toreños dentro de su caja mortuoria, reveló don Gerardo en su proceso foto agüita. Ante muchos de ellos, uno que otro doliente, se desmoronó; frente a los embates de la nostalgia: doña Teresa Molina, doña Rosa Moreno, don Marcelino Pérez, don Judael Payán, y doña Ana Jesús Barona, por nombrar solo unos pocos de la gran cantidad del archivo del insigne fotógrafo.
Desde la pila bautismal, pasando por su primera comunión, haciendo escala en sus quince (las damas), con pausa para recibir su diploma de bachiller, respondiendo si en su boda, y aún, celebrando bodas matrimoniales, un gran conglomerado de toreños y toreñas, este tránsito cronológico de bellas vivencias, como estampillas, quedaron en los registros del patriarca bonachón, que tenían cara de sacerdote, risa de niño, personalidad de señor y manos de artista.
Padre de: Mercedes, Tato, Yolanda, Pepe, Memo, Gloria, Charo y Pablo. Excelsos jugadores de futbol, Tato y Memo. El primero: talentoso, con pinta de diez, buena visión periférica del campo de juego, gran lanzador, no hacía goles, pero los servía. Memo: fuerza, ganas, no sabía mucho con el balón, pero era práctico, tuco y voy, su fuerte, dejar en la cancha hasta su última gota de sudor, su impronta.
Con gran tino, don Gerardo también operó, la máquina “proyectora de cine “de el “Teatro Real”, experto en remendar la cinta cada vez que se rompía.
Me tenía por sobrenombre “Montecristo”, le agradaba mi chispa: vos y Guillermo Valdés (Pelé), así yo no este de ánimo me arrancan sonrisas en cualquier situación. – me manifestaba reiteradamente-. Nada cimienta más la amistad, que una alta dosis de humor. -le respondía yo-. Como le manifiesto yo a mis clientes insatisfechos: como quedó, quedó, pero ese rollo debo revelarlo. - sonriente me contrapunteaba el retratista-.
Le pareció una parodia sacrílega, alguna vez que le pregunté, si por su lente, o revelado, los bandidos de entonces, dijeron, presente. - palabras mayores. – me respondió-. Uno que otro-. Me aclaró-. “las emociones inesperadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas. -le cité a Freud-.
En la solemnidad de la sala de su casa, rindiendo culto a nuestra costumbre sabatina: ver “Los invasores” en el TOSHIBA, en la grata compañía de la caravana multicolor de los peces juguetones, en mágica danza, entre burbujas y aleteos, dentro del famoso acuario de los Castro Luna; aquel sábado de octubre de 1974, terminamos en tremenda tertulia . En medio de ráfagas de risa, recordando personajes y situaciones, que muy profesionalmente recluyó en el cuarto de archivo fotográfico:
El reinado de belleza que disputaron Lucy Ramírez y Beatriz Castillo, la primera comunión de “ pedotieso”, los quince de la bizca villa, foto a blanco y negro de Gregorio Cuero Diaz ( barbadillo), el embarazo imaginario de “ cucharita”, “patecera” con saco y corbata, Ernesto Varela bailando pasodoble, “ santo parado” fumando tabaco de los que fabricaba don Joaquín Valdés (agonías) y Tito Mena, futbolista estrella de los años cincuenta, Santiago Piedrahita pesando manteca de lata en la tienda de don Carlos Marmolejo y a “sopildo” sentado en un taburete en la “estación el Carmen “, la de don “ Tulio barrigas”: cincuentas, sesentas y setentas; época de oro.
Don Gerardo: los hombres engañan más que las mujeres, pero las mujeres engañan mejor, nadie muere virgen por qué la vida nos coge a todos. ¿Qué me falta para llegar a Toro? - me preguntó un tipo en la Unión-. Sólo bramar señor. -le respondí -. El gato desciende del tigre, el hombre desciende del mono y la araña desciende del techo, don Gerardo. Era un pedido suyo que me agradaba, contarle siempre los mismos chistes. Disfrutando de un rico jugo de maracuyá, nuestro conversatorio se prolongó hasta las 10:pm.
El retratista de todos, el empírico reportero gráfico de una ciudad confederada, el padre de Mercedes símbolo de la belleza toreña, el operario de la vieja máquina “ proyectora de cine “ en el “Teatro Real”, el apostador hípico del 5 y 6, el patriarca, el fotógrafo sin llama ni caballito, el de la contextura delgada y pantalones de paño, el hermano del profesor Mario Castro, el que cuando se sacó el 5 y 6 se compró un Renault 6, el amigo, y muchos otros merecimientos: he ahí, a don Gerardo Castro.
Concluyendo de manera prudente, con respecto a este peso pesado entre los que más, hijos de Toro. Con justificación de hombre probo, la posteridad le tomó la foto que hoy la inmortalidad guarda en su billetera.
Estas líneas con sabor a crónica épica, son poco para las que mereces: mi reportero gráfico empírico y fotógrafo de un pueblo que come pandebono con trabuco y chocolate con cuarésmero. 

WILSON CEBALLOS BUITRAGO
Lunes 22 de Febrero de 2021