Toro, Valle del Cauca
Escritos, Crónicas o Poesía

Una Muestra del Talento con las Letras de Nuestros Toresanos

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EL PROFESOR HECTOR DE J. BECERRA


Con carácter de odisea, casi de perentorio deber, fue el reto a superar por parte del profesor Héctor Becerra, al cabo de pisar suelo Toresano; inmigrante de Apia Risaralda. Remplazar al profesor Guido Valdés, la tarea a cumplir dentro de la nómina del magisterio. Tuvo la valentía sin frenos de intentarlo, y, la sencillez, humildad y paciencia para lograrlo. Llegó luciendo su indumentaria a la usanza pueblerina: camisa de manga larga de puño abotonado, pantalón de paño muy usado, y zapatos trompa redonda y cordón largo. Decía: - yo soy un montañero afortunado-.
Irrumpió en las aulas del colegio Fray José Joaquín Escobar, un mes de octubre del año 1972. Traía cómo maleta un cúmulo de ilusiones y expectativas. –Me dijo-. A bordo del Chevrolet modelo 54 propiedad de don “Polo naides”, piloteado por “matas”, hizo su arribo desde la Victoria, “porque en esa época ni bicicleta tenía” y la peladez poseía el color de la piedra lipe; pero hasta el sexo fiaban.
Apenas si ganaba para hacerle honor a la dignidad, comprando “la remesita” en el “Supermercado el hogar” propiedad de don Joaquín Arias, y la carnita donde don Vicente Perea.
Sin recurrir a trucos, nos arrimó a su arrolladora personalidad, llegando a tal extremo su arraigo, que las generaciones qué disfrutamos de: sus clases, y su apostolado por la docencia, hoy le sigamos guardando tributo, en especial aquellos como este servidor, mostrantes puntuales de nuestra vocación por la escritura.
Lope de Vega, Calderón de la Barca, el Márquez de Santillana, García Lorca, Cervantes Saavedra, Machado, Alberti, Neruda, Stevenson, García Márquez, Gabriela Mistral y toda esa pleya de escritores clásicos y contemporáneos; nos los mostraba en sus clases con una magistralidad, que hasta los destacados en matemáticas los disfrutaban.
Poco después de su arribo: tres emprendo res Toreños sin facultad adivinatoria, si con ambición sombría. Tomaron en calidad de arrendamiento la vieja casona de don Marcelino Pérez, con la mira de establecer allí un burdel, al que, en memoria a Charles Chaplin, le pusieron el nombre de “CANDILEJAS”. Entonces los sagrados aposentos, en otra hora, de las Pérez Molina, se convirtieron en campos obscenos para librar allí, batallas de amor.
El profesor Rubén Darío Cerdosa, fue el bastión y su vez quien le abrió camino al éxodo de docentes del departamento de Caldas hacía Toro. Uno de ellos, el profesor Becerra: cuñado suyo. En mi negro historial fue el profesor qué mayor número de veces me retiró de sus clases, asunto: mamarle gallo, y por señal inequívoca de incapacidad frente a mi indisciplina. No me llamó a la bronca, ni me puso en su aversión, por el contrario, hizo que viese en él, el padre qué no conocí y me regresó al redil.
Toda una institución este docente qué, llegó a la villa de don Melchor para quedarse; como si hubiese sido determinado por los que muchos denominan destino. El profe Becerra, el de ojos oscuros y melancólicos, manos atrás sobre la cintura y caminado de sacerdote.
La casa de los Echeverry (los mamorra), fue el primer predio que adquirió. Luego de algunos meses, el municipio, ante la necesidad de construir una nueva sede con destino al centro administrativo municipal. Dentro de los terrenos comprados para dicho fin, la nueva morada de los Becerra quedó lista para demolición; pero el profe Becerra, triplicó la inversión. Allí empezó su prosperidad, acompañada de una muy buena visión para el negocio. Seguido de varios trueques de su parte, el corregimiento de San Antonio le permitió ser uno más de sus habitantes. Muy común era verlo pasar, cual cura de “San tropel”, sobre su bicicleta a cumplir con su chambita en el magisterio. Por aquellos días, Graciela Arias se dio cuenta de que era una viuda a quien todavía no se le había muerto el marido, y, en el barrio “el chanco” sólo había siete casas.
El profesor Becerra no fue profeta en su pueblo, si lo fue en tierra ajena. En un pueblo de San Pacho para allá: confederado y rodeado de viñedos, habitado por Ramón Sánchez y Duber Delgado, y de comercio nuestro, como el súper de Eliseo. Prospero negociante y socio de don Floro en proyectos ganaderos, y, aunque no era un hombre de prestigios, con su nadadito de perro logró jubilarse.
De sus afectos fue, no solo de sus alumnos, sino de todo un pueblo que lo condujo a ser su burgomaestre. Su popularidad no pierde vigencia, son dos generaciones las qué lo ponen en vitrina y lo hacen inmarcesible. Es de esos profesores que no olvidamos. Ciudadano respetable y pintor de pinceladas inmortales. Digno protagonista de LA OTRA HISTORIA DE TORO EN CRÓNICAS.

Wilson Ceballos Buitrago
Domingo 18 de Julio de 2021